"Construyamos con amor. Al odio que algunos quisieron derramar sobre nosotros, respondamos con amor. No hay mejores batallas que las que se ganan con el corazón." Cristina Fernández de Kirchner

miércoles, 16 de marzo de 2011

Carnaval en Boedo!!!

Les dejamos una nota que un compañero de La Cámpora Boedo escribió para los días de Carnaval.


De la alegría



En el año 1956, a través del Decreto n° 2446 y con la ratificación de la Ley n° 14667, se establecieron en nuestro país los feriados correspondientes al carnaval, fiesta originalmente pagana de fertilidad agrícola que, posteriormente, incorporó el Cristianismo. Veinte años pasaron hasta que el 9 de junio de 1976, bajo la dictadura cívico-militar de Jorge Rafael Videla, se sancionó la Ley 21329, que fijó cuáles serían en adelante los días feriados admitidos a nivel nacional. Además, dejó sin efecto todas las disposiciones de las convenciones colectivas de trabajo y de los estatutos profesionales por los que podían instituirse otras jornadas no laborables remuneradas y derogó el primer punto de aquel decreto que establecía el festejo del carnaval. Con sólo tres artículos de contenido y uno de forma (“Comuníquese, archívese…”), esta breve ley de la dictadura impresionaba por su texto escueto, técnico, frío. El carnaval no era nombrado como objeto a censurar. Simple y directamente, era omitido en el nuevo cronograma de feriados impuesto y era considerado en forma indirecta en la derogación del decreto que instituía su celebración. La misma lógica parecía establecerse en relación a los días no laborables de los convenios colectivos.

A la tristeza, la angustia, la incertidumbre por el destino de tantos compañeros detenidos-desaparecidos bajo aquella dictadura, aquel 9 de junio debíamos sumar que los dueños de la palabra y del silencio hacían callar a las murgas, dejaban al pueblo lejos de los lugares de reunión, quitaban el tiempo para  la alegría, el color, el festejo compartido. Es cierto que había muchos motivos, por entonces, para estar tristes: la represión sufrida, el progresivo desmantelamiento de nuestra industria, la estatización de deudas de origen privado y tantas otras medidas que confluían en la idea de que las vidas humanas, frente a los intereses del capital concentrado, no valían nada para los genocidas. Pero, claro, la eliminación de los feriados del carnaval no pretendía acompañarnos hipócritamente en el dolor, sino desarticular lo que tanto preocupaba, alteraba y tan poco les convenía a los dictadores y a sus cómplices: la reunión del pueblo en las calles. El pueblo estableciendo lazos, intercambiando ideas, organizándose, disfrutando, comunicándose, construyendo una identidad. Lo colectivo, una vez más, quedaba abolido. La prohibición de los feriados del carnaval, dato que puede parecer nimio ante la gravedad institucional de lo que acontecía, no constituía un hecho aislado entre las medidas de la dictadura. Era parte de la misma lógica perversa, que borró la sonrisa de tantos para favorecer los intereses de tan pocos.

Si fueron veinte los años transcurridos entre el establecimiento de estos feriados y la anulación de los mismos, fueron necesarios treinta y cuatro – desde aquel año 1976 - para que alguien, en genuina representación del pueblo, tomase la decisión de reimplementarlos. A través del Decreto n° 1584 del 2 de noviembre de 2010, la Presidenta de la Nación, Dra. Cristina Fernández de Kirchner, además de ampliar el cronograma general de días festivos o de conmemoración, establecer feriados-puente que favorecerán el turismo interno y la consecuente creación de fuentes de trabajo, volvió a habilitar las jornadas no laborables de carnaval. No laborables para el empleo formal, pero que pondrá manos a la obra a quienes tendrán, de ahora en más, la misión de llenar las calles de música, de colores, de alegría.

Así como la connotación de aquella prohibición que sufriéramos excedía el hecho mismo del festejo y quedaba supeditada al destino al que pretendían llevarnos los dictadores, la restitución de los feriados también merece una interpretación superadora de la novedad. El extenso y oscuro período de tiempo que atravesamos entre los años 1976 y 1983 transcurrió entre medidas que marcaron lineamientos precisos y homogéneos. Los dictadores implementaron una metodología de represión sistemática contra el pueblo, liberaron la importación de productos, con el corolario del desmantelamiento de nuestra industria; derogaron el Estatuto del Peón de Campo, sometieron la actividad rural a un encuadre laboral que permitía graves excepciones a los regímenes vigentes y establecidos por la Ley de Contrato de Trabajo; secuestraron, extorsionaron y obligaron a distintos empresarios a ceder empresas en pos de un capitalismo en progresiva concentración, sancionaron una Ley de Radiodifusión a medida de los criterios y de las pautas de los intereses dominantes pero no mayoritarios y una Ley de Entidades Financieras, que permitió que éstas quedasen al servicio de utilidades particulares y dejasen de estar en función de la inversión productiva y del desarrollo de una modalidad de consumo sostenible. Éstas, entre tantas otras medidas que podrían agregarse, fueron tácitamente aceptadas y hasta reforzadas por gobiernos ¿democráticos? post-dictadura. Basta recordar cómo durante la presidencia del Dr. Carlos Menem el grupo mediático hegemónico pasó a apropiarse de radios, diarios provinciales, empresas de servicios vía cable, canales exclusivos de transmisión de fútbol, etc., para tener prueba de esta continuidad en las políticas establecidas.

No obstante, la asunción presidencial del Dr. Néstor Kirchner y la continuidad de su proyecto político por parte de la Presidenta Cristina Fernández, marcaron un corte, un punto de inflexión en la línea conservadora re-inaugurada violentamente en 1976. La dictadura cívico-militar había provocado una notoria desarticulación de un modo de pensar y de construir un país que tantos compañeros y tantas compañeras habían llevado como bandera y, a su vez y como parte de ello, creó escollos, preconceptos, falsos imposibles, forzando la mirada del pueblo hacia donde resultaba conveniente a los intereses concentrados. Reencontrarnos, redescubrirnos como pueblo tuvo que ser sinónimo de reconstruir un modo y de desarticular un pesado esquema conceptual. Así, para la alegría de las mayorías y para el asombro tanto de quienes acompañaron como de los que pretendieron obstaculizar, el pueblo volvió a ser representado en la sustitución de aquella Ley de Radiodifusión por la Ley de Medios y Servicios Audiovisuales, en la ampliación de derechos implícita en la Ley de Matrimonio Igualitario, en políticas agrarias redistributivas, en la anulación de las Leyes de Obediencia Debida y de Punto Final, que habían dejado impunes tantos crímenes, tantas decisiones arbitrarias que generaron un lento pero efectivo genocidio económico. El pueblo también recuperó su lugar en el reestablecimiento de debates tan necesarios. Tanto en los ya dados y convertidos en acciones, como en los que se anunciaron y que nombran lo pendiente: nuevas leyes de Entidades Financieras, de Salud Reproductiva, la reconsideración de las pautas laborales de la actividad rural, etc. Y, más que nunca, en la sensación de que lo que parecía imposible va corriendo su límite, medida a medida. Gran parte del pueblo volvió a la militancia, se relanzaron los discursos acallados, adormecidos, fue imposible no tomar partido ante cada acción de gobierno (a favor o en contra, pero tomarlo, al fin), se interrogó la posición política de los medios hegemónicos de comunicación, tuvimos a las queridas Madres y Abuelas de Plaza de Mayo representándonos en el balcón, al lado de nuestra Presidenta, se modificó la composición de la Corte Suprema de Justicia, integrando a miembros de reconocida trayectoria. Y la labor recién está comenzando…

El denominador común entre aquellas medidas autoritarias de la última dictadura y la eliminación de los feriados de carnaval es que como pueblo, en ambas, habíamos perdido la calle. Y la variable que ahora nos queda de los dos lados de la misma ecuación es que la recuperamos. Hay muchos motivos para festejar, compañeros. Hay mucho por hacer para que tantos más celebren, en breve, una vida digna. Hay alegría y motivos para llenar las calles de colores, de murgas, de sueños. Y hay tristezas que nos convidan a continuar, rigurosos, alertas, el rumbo, siempre inacabado.

Citando algunas líneas que nos dejara Mario Benedetti, hoy debemos, como nunca, “… defender la alegría como un derecho, defenderla de Dios y del invierno, de las mayúsculas y de la muerte, de los apellidos y las lástimas, del azar… y también de la alegría”.



Adrián Costa

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